Garrigou-Lagrange pertenece a la Neoescolástica impulsada por la encíclica Aeterni Patris (1879) de León XIII. Desde joven descubrió cuál iba a ser su itinerario filosófico: desvelar y debelar los riesgos del inmanentismo modernista de Bergson y Édouard Le Roy, apoyándose en el realismo
de la crítica y ontología tomistas como base de una teología natural
del ser que se proyecta a la demostración de la existencia y naturaleza
de Dios. Su primer escrito, de 1904, es una nota sobre la prueba de la
existencia de Dios por los grados del ser; en 1907 insiste en un ensayo
sobre el panteísmo de la «nueva filosofía» y las pruebas de la
trascendencia de Dios.
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