En el crepúsculo de mi vida, siento tres necesidades imperiosas.
La primera es la de confiar lo que creo que ha sido lo esencial de mi existencia, dejando que en el recuerdo se mezclen hechos antiguos y recientes.
La segunda necesidad que siento es la de dar las gracias por todo lo que me ha sido dado. Lo más preciado de lo que he recibido procede de las tres fuentes que han regado mi vida interior: el pueblo judío, que a través de su libro santo, la Biblia, me enseñó a creer en el Dios Único, Justo
y Misericordioso, la Iglesia, que me dio la certeza de que el Eterno es Amor y de que no cesa de manifestarse entre nosotros, y Emaús, donde, viviendo entre los más machacados por la vida, me he encontrado más íntimamente unido a Jesucristo.
Y la tercera necesidad es que este viejo, después de tantos enfados, luchas y polémicas, aspira cada vez más intensamente a la reconciliación y a la paz. ¿Cómo es posible que, a lo largo de mis ya dilatados días, haya podido, a pesar de mis esfuerzos sinceros por vivir en el amor y la
verdad, herir a las personas que más amaba y respetaba? ¡Y qué profundamente me han afectado también a mí estos golpes crueles de la vida!
Ojalá en nuestros últimos días podamos decir humildemente a Dios y a nuestros hermanos: Perdónanos como también nosotros perdonamos.
Este libro es, ante todo, una exigencia que surgió en mí tras la visita de un desesperado que vino a preguntarme sobre mis razones para vivir.